El reputado neurólogo de la Universidad de Harvard Addison Bolaño, nacido en La Guajira y miembro activo de la American Epilepsy Society, habla sobre cómo el sufrimiento está condicionado por factores como la percepción y la genética.
P Es sabido que, a diferencia de otras sensaciones y experiencias, el lenguaje se nos vuelve esquivo cuando somos presa del dolor. Aun así quiero comenzar esta conversación preguntando: ¿qué es para usted, como doliente y como neurólogo, el dolor?
R El dolor es una sensación desagradable que generalmente constituye una señal de alarma con respecto a la integridad del organismo. Es una situación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo, que puede producir una sensación de pena.
La sensación dolorosa tiene un importante componente emocional. El dolor producido por lesiones similares varia mucho en diferentes personas y en diferentes situaciones. La sensación de dolor está influenciada por diversas variables psicológicas como el miedo, el estrés, el ámbito cultural, etc., que pueden modificar la percepción del dolor y la conducta. Te doy un ejemplo: en las salas de parto es interesante ver cómo las mujeres que han recibido terapia profiláctica para el parto, las cuales generalmente tienen un nivel socioeconómico y educativo medio alto y alto, manejan el dolor con pocas emociones en comparación con mujeres que no reciben estos cursos.
P ¿Hay alguna diferencia entre dolor y sufrimiento?, ¿es improbable encontrar una frontera precisa entre ambos?
R Es una pregunta muy importante. El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional.
Todo depende de la causa del dolor. Si proviene de un cáncer metastásico; una neuropatía que no tiene tratamiento; una compresión de un nervio; una neuralgia del trigémino, etc. El dolor desaparecerá con tratamiento farmacológico, cirugías o bloqueos espinales. O no desaparecerá, si la causa es incurable.
El sufrimiento depende del proceso de percepción de nuestro cerebro. El dolor es producido por la liberación de unos neurotransmisores instalados en nuestro sistema nervioso, los cuales generalmente están en proceso de equilibrio. Cuando padecemos dolor, especialmente neurótico, este equilibrio se altera. Aumenta la excitación o la inhibición y de hecho ese es el principio mediante el cual actúan la mayoría de los fármacos utilizados contra el dolor. El sufrimiento va a depender de nuestra percepción y de que tan entrenados tengamos nuestro cerebro para soportar el dolor. Tenemos una carga genética en este proceso, y es preciso recordar que los seres humanos no somos más que la interacción de la genética con el medio ambiente. Hay razas como la negra con un umbral del dolor diferente, fíjate que fueron traídos a nuestro continente porque soportaban mayores cargas de dolor que nuestros indígenas.
Acá cumple un papel fundamental algo que se llama sistema límbico, que controla las emociones. Él hace la diferencia de cómo percibes el dolor y el sufrimiento. En la antigua Grecia, la escuela del estoicismo tenía unas pautas y exigencias de conductas para los dolientes. Recuerdo que mis profesores sajones siempre me decían que las emociones, referidas al sufrimiento, era algo que los latinos no sabíamos controlar.
P Se sabe que a pesar del carácter terrible, intimidante y demoledor, el dolor ha estado casi ausente, casi al margen, de la reflexión antropológica. ¿A qué atribuir esa desconcertante omisión, ese inexplicable y pesado silencio?
R Ello es así porque los pueblos primitivos no comprendían las causas del dolor y lo atribuían a los dioses, a la magia, a los demonios, a indescifrables discursos teológicos y filosóficos. Es de resaltar que las teorías sobre el origen del dolor, especialmente la teoría de la compuerta de Melzack y Wall, son muy recientes. Desde que el hombre apareció sobre la tierra, ha tenido que soportar todo tipo de dolor y lo ha enfrentado de acuerdo con sus creencias fundamentalmente religiosas y culturales, y de acuerdo con la época. Generalmente, y para sintetizar, existía una protuberante inclinación hacia lo supersticioso o sobrenatural.
P Pero no es solo un problema de la antropología. Tal vez podríamos afirmar que las propias ciencias médicas incurrieron históricamente en una especie de trivialización del dolor, en la medida en que fue mirado como una ‘defensa’, como una alerta, como un síntoma, como un hecho natural irreductible, más que como un problema en sí. La necesidad de una medicina para el dolor acusa una tardanza imperdonable que todavía no superamos.
R Armando, la ciencia desafortunadamente estuvo en el oscurantismo durante siglos. Culpa del desconocimiento, las doctrinas religiosas y otras variables durante mucho tiempo.
La neurología como especialidad se desarrolla en Francia a mediados del siglo IX, impulsada por un genio francés llamado Jean-Martin Charcot, padre de la neurología moderna. La neurocirugía se desarrolla en el siglo XX con Harvey Cushing, fundador de la gran escuela de Neurocirugía de Harvard en el hospital Peter Bent Brigham, hoy en día Brigham and Women’s Hospital, en donde me formé y nacieron mis dos hijos. La anestesia inaugura una nueva época en el manejo del dolor. Se inicia en Boston en 1846 con Willian TG Morton, un odontólogo de la época quien realiza la primera anestesia con éter en vivo en el anfiteatro del Massachusett General Hospital, hoy llamado Ether Dome, en donde se siguen realizando las reuniones científicas más importantes en honor a ese descubrimiento.
Te concedo la razón: es imperdonable todo el sufrimiento que ha padecido la humanidad por falta de investigación. El área de las neurociencias, para responder a tu inquietud, se ha desarrollado más desde 1980 a la fecha que en todos los siglos anteriores, por lo cual debemos de sentirnos afortunados de poder ejercer esta especialidad en esta época. La biología molecular y los avances en farmacología moderna, al igual que el desarrollo de las neurociencias, han podido desarrollar estrategias para conocer la fisiopatología del dolor e implementar esquemas de tratamiento.
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P En la compleja biografía del dolor, sería imperdonable olvidar que estuvo y aún está asociado al sentimiento religioso. Los moradores del ‘valle de lágrimas’ podían esperar recompensas futuras en otra vida por la cantidad de sufrimientos padecidos. Ese era el sentido del sufrimiento. En las sociedades contemporáneas, ese sentido ya no funciona. Al revés, el panorama es más desolado: ¿cómo podemos soportar un dolor carente de sentido? Y, ¿cómo puede permitir un dios bueno y compasivo un dolor del que siempre sospechamos vínculos con el mal?
R A una pregunta con características filosóficas, una respuesta filosófica. Hoy en día lo que sabemos sobre nuestra corteza cerebral y sus funciones se lo debemos a dos grandes personajes: Herbert Jasper y Wilder Penfield, del Instituto Neurológico de Montreal, quienes sostenían una discusión acerca de dónde se encontraba el alma dentro del cerebro, y comenzaron a estimular la corteza cerebral en pacientes sometidos a cirugía de epilepsia, la cual se hacía a los pacientes despiertos. No encontraron el alma, pero descubrieron algo más importante: la función de cada parte de la corteza cerebral con sus especificaciones. Es decir, las áreas de la visión, del movimiento, de la sensación, de la fuerza motora, etc, algo que conocemos como el homúnculo cerebral. En el área del dolor se descubrió un órgano interno llamado tálamo, receptor de todas las sensaciones de dolor, las cuales son redistribuidas desde allí.
En la medida en que las sociedades se educan existen menos componentes mágicos de esos que hacían pensar que el dolor era consecuencia de un castigo y no de un proceso fisiopatológico per se.
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